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Aunque no se podían comparar en tamaño con los de las grandes ciudades imperiales, se estima que 23.000 espectadores abarrotaban el circo intramuros de Tarraco y hasta 30.000 personas el de Mérida. Para un auriga, competir en el Circo Máximo de Roma, como hizo en multitud de ocasiones Diocles, era alcanzar la cima en su profesión, pero había circos importantes en Cartago, Antioquía, Alejandría o la ya citada Constantinopla y otros muchos repartidos por toda la geografía imperial.